¿La tecnología es el futuro?
La figura del cyborg, entendido como una entidad híbrida entre organismo biológico y componente tecnológico, se ha convertido en un símbolo recurrente del futuro. En películas, novelas y laboratorios, se nos presenta como la próxima etapa de la evolución humana, una donde los límites del cuerpo y la mente son superados por la tecnología. Sin embargo, esta visión promete más de lo que puede cumplir y plantea profundas interrogantes éticas, sociales y filosóficas.
En los últimos años, la imagen del cyborg ha dejado de pertenecer solo a la ciencia ficción. Hoy en día hablamos sobre humanos aumentados, prótesis inteligentes, chips cerebrales y mejoras corporales que nos prometen superar nuestras limitaciones biológicas. Pero, ¿realmente queremos ese futuro?
Aquí te presento mi punto de vista.
Uno de los principales argumentos a favor del desarrollo de humanos aumentados es la capacidad de erradicar enfermedades, superar discapacidades o potenciar habilidades físicas y mentales. En teoría, los cyborgs podrían vivir más, pensar más rápido y actuar con precisión sobrehumana. Pero esta utopía biotecnológica oculta una verdad, no todos tendrán acceso a ella. En una sociedad marcada por la desigualdad, el acceso a mejoras tecnológicas probablemente será un privilegio reservado para una élite. En lugar de cerrar brechas, la figura del cyborg podría abrir una más profunda, la de los aumentados contra los no aumentados, donde el cuerpo humano natural se convierte en símbolo de obsolescencia.
La fascinación por integrar chips, prótesis inteligentes o interfaces neuronales plantea otra cuestión esencial, ¿cuánto de humano se pierde al abrazar lo posthumano? El cuerpo, con todas sus imperfecciones, ha sido durante milenios el centro de la experiencia humana. Reemplazar partes orgánicas por piezas mecánicas no es solo una cuestión médica, sino una transformación cultural y espiritual. ¿En qué momento dejamos de ser humanos para convertirnos en otra cosa? El futuro del cyborg no solo promete mejoras, también amenaza con diluir lo que nos hace esencialmente humanos, la vulnerabilidad, el dolor, la muerte, la empatía y todos aquellos sentimientos que nos hacen ser lo que somos. La tecnología del futuro hace que se pierda esa humanidad. Al eliminar el error, se elimina también la posibilidad del aprendizaje. Al suprimir el dolor, se suprime también la empatía. Al querer vivir para siempre, se pierde el valor de la vida.
El auge de los implantes y las mejoras genéticas también encierra una lógica capitalista peligrosa, el cuerpo como producto, mejorable, vendible y desechable. En un mercado donde el rendimiento es el valor supremo, la transformación en cyborg no responde tanto a una necesidad médica como a una exigencia productiva. En este escenario, el ser humano se convierte en una máquina optimizada para producir, consumir y competir. Se abandona la idea del cuerpo como lugar de identidad y experiencia, y se sustituye por una visión instrumental, reducida a su utilidad.
Cuestionar la figura del cyborg no significa rechazar la tecnología. La ciencia ha mejorado incontables vidas y seguirá haciéndolo, pero es necesario poner límites, establecer marcos éticos claros y recordar que el progreso no siempre es sinónimo de bienestar. El verdadero riesgo no es la tecnología en sí, sino el uso que hagamos de ella y los valores que pongamos en juego. El futuro no debería centrarse en crear humanos "mejorados", sino en construir sociedades más justas, donde la tecnología sirva a la vida y no al revés.
Por tanto, el proyecto cyborg no es simplemente una cuestión técnica, sino una visión del mundo. Una visión que promete poder, longevidad y eficiencia, pero que también amenaza los fundamentos de nuestra humanidad, socavar la igualdad social y transformar el cuerpo en un objeto de control y rendimiento. Bajo la promesa de liberarnos de nuestras limitaciones, corremos el riesgo de caer en una nueva forma de esclavitud, una donde ya no obedecemos a la naturaleza, pero sí a los intereses del mercado, la lógica del rendimiento y la ilusión de perfección.
Estoy bastante de acuerdo con el hecho de poner limites, ya que usar la tecnología para ayudar a superar ciertas enfermedades (como puede ser un implante coclear) sí que considero que es un buen uso. Sin embargo, el problema está en las personas como Manel de Aguas, que se implanto unas aletas para percibir el clima, que tratan de hacer cosas que ya puede hacer una máquina.
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